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conmuchasjotas

SEXO, AMOR, SÁBANAS Y DUDAS

1- TODO DA VUELTAS

- Era la segunda vez que Armando follaba con el rubio pero la primera que hacían el amor.
- ¿Y tú cómo sabes que era amor si eres una sábana y encima bajera? – preguntaron al unísono los quisquillosos calcetines blancos de deporte.
- Me lo dijo el rubio.

Nadie conoce mejor la intimidad de un hombre que sus sábanas bajeras, por eso somos las más envidiadas de la colada.

- Pero se tiró al holandés anteayer

Los calzoncillos son unos pervertidos y unos guarros. Siempre pensando en el sexo. No los soporto. Aunque tampoco soporto a los calcetines, tan humillados que se creen por estar siempre a ras del suelo. Son unos débiles que no saben ir solos por la vida.

- Sí, folló con el holandés. Como con tantos otros antes. Pero con el rubio, fue amor.

Estaban molestos conmigo porque en esos momentos de intimidad de Armando, sólo estábamos las sábanas bajeras. Las encimeras siempre sobraban y acababan en el suelo, hechas un guiñapo. Las de la almohada se pasaban la vida durmiendo, son un poco vagas. Y cierto es que quien mejor podría decirlo, más que yo incluso, son los preservativos, pero ellos son tan efímeros y entregados a su trabajo, que no da tiempo a cotillear con ellos. Lo que estaba claro era que no tenía que dar explicaciones a nadie, ni mucho menos demostraciones. Yo sé que con el holandés fue sexo rápido y egoísta, movimientos sobreactuados guiados por el alcohol, la coca y el poppers. Y con el rubio fue amor. Hacía mucho tiempo que nadie me acariciaba como lo hizo él. Era amor, él me lo susurró.

- Con el holandés se le puso tan dura que temí por mi integridad.
- Ya te he dicho que sí, que lo hizo con el holandés.
- Pues con el rubio no se le puso dura, al menos mientras yo estaba allí – malditos boxers creídos.

No sé si es por la lejía o porque todo da vueltas, pero en la lavadora decimos muchas tonterías que luego pueden ser usadas en nuestra contra. Y me tengo que controlar mucho, porque tengo información privilegiada. Además no quería romper la confianza con Armando. Soy una sábana leal.

- Ya os he dicho que el rubio me lo dijo. Y no sólo con palabras, que también. Con la suavidad con la que su cuerpo se deslizaba sobre mí, con la dulzura con la que me acariciaba. El holandés casi me rasga en sus arrebatos lujuriosos. El rubio sólo abrió los ojos para decirme, con voz trémula, que era amor. El holandés ni me dirigió la palabra. Ni a Armando tampoco. Gritaba cosas ininteligibles, aullaba de forma exagerada. Si no me queréis creer es cosa vuestra. Os digo, os aseguro y os asevero que Armando y el rubio hicieron el amor. Y recordad que antes ya habían follado y que aquel polvo y este no fueron iguales. Aquí había amor.

- Pues a mí me contó la Emidio Tucci roja que todo estaba preparado por Armando y el rubio para que el holandés se largase. Así que me parece que todo lo que cuentas es parte del engaño. Eres muy crédula y un poco cursi.

Malditos boxers y maldita camisa infectada de colores, ¿por qué no se metían juntos en la lavadora y así la camisita de las narices contaminaba a los boxers de su rojo asqueroso?. Yo sé qué es amor y qué es sexo, son muchos años de relaciones de Armando, y desde que Sam se fue no había sentido amor. Estúpida ropa cotilla, envidiosa de mí. Me querían dejar como fantasiosa. Y yo lo sabía, lo sabía, ¡lo sabía!. No me confundía la lejía ni las vueltas, ya lo sabía en el momento en que lo estaban haciendo, y tampoco era el alcohol que habían derramado, ni el poppers, ni la coca. Era AMOR.

2 - LA ÚLTIMA DE LA FILA

- No he podido dormir, me he pasado el secado pensando en Armando, el rubio y el holandés.
- Mal hecho, ahora Vicky tendrá problemas para plancharte bien.
- Eso no importa. Ya sé que no es muy común, pero necesito que me lo cuentes. Es importante. Tanto, que superaré la repugnancia que me causáis los coloreados, con perdón. No te enfades, prefiero ser sincera.

Vicky tenía muchas costumbres extrañas respecto a nosotras, una de ellas era la de plancharnos en último lugar. Esto, unido a que el azar quiso que la camisa Emidio Tucci roja fuese la última entre el resto de la colada hizo que pudiéramos charlar más de lo habitual. Tragándome eso sí, mi orgullo de sábana. Era un tema de orgullo, digo bien, tenía que reafirmar lo que yo sabía. O quizás no lo sabía.

Tras mi alarde de sinceridad, la todavía arrugada camisa accedió a contarme todo lo que sabía.

- Armando se me puso a la mañana. Ya sabes lo coqueto que es, y lo bien que le siento, no es por nada. Claro, que tú de eso no sabes nada. Tu no embelleces. Llamó por teléfono a Ramón...
- El rubio – apostillé intuyendo un desconocimiento del argot en los coloreados.
- Yo sólo oí lo que Armando decía, pero creo que puedes completar tú misma la conversación, es bastante evidente incluso para los descoloridos. Aunque te hago una aclaración antes de empezar, por si lo desconoces, Armando tiene la costumbre de hablar en género femenino a sus amigos...

- Estoy desesperada. Tienes que venir

- No le aguanto más.

- Le podemos decir que eres mi ex y que nos queremos dar otra oportunidad. Así te acostarás en la cama grande conmigo y lo mandamos a la otra habitación.

- Pues yo sí lo veo creíble. ¿Por qué tiene que dudar?.

- Tú es que piensas demasiado. Es el único favor que te he pedido.

- Vale, no es el único. Pero sí es importante. Tampoco te pido tanto, ¿no duermes conmigo siempre que vienes?.

- Sí, lo hemos hecho. Anoche. Un desastre total. Es muy rara la “tulipana”.

- Yo que sé. Pues porque... hacerle venir aquí para nada, me parecía fuerte. El caso es que no me gusta, y esta quiere quedarse toda la semana, conmigo. Y no creo que aguante un segundo sin resultar borde.

- Vale, soy una golfa, una puta, no tengo ni tino ni casal. ¿Vendrás?

- Tía, que buena eres. Te deberían canonizar, te quedará muy bien la aureola. En serio, muchas gracias, Ramón.

- Venga, te espero esta noche. Y sé más macha.

- Ahora te tengo que dejar. Ya se ha levantado.

- Eso es todo lo que se dijeron. Armando se comportó de una forma normal con el holandés, aunque se vieron poco. El holandés se marchó de la casa y no volvió hasta poco antes de que viniera Ramón. Cuando Ramón vino, Armando le besó en la boca. Poco más puedo contarte.

Me sentí engañada y humillada. Sólo soy una sábana tonta y cotilla. Y Armando un cabrón. He creído en él desde que me compró. Fui la única que vino a España con Sam y con él. Y la única que Sam no se llevó cuando le dejó. Nunca se ha de engañar a una sábana. Y el rubio, que siempre fue mi favorito. Tanta conversación sobre el amor, la mentira, la amistad, etcétera. También me engañó, aunque yo no sea su sábana, sí que era una aliada. Qué decepción.

3.-EL HOLANDÉS ERRANTE

Tenía ganas de llegar a mi sitio en el armario ropero y descansar del disgusto en soledad. Aunque eso es imposible para una sábana bajera. Deseaba morir y me juraba dejarme desgarrar, romperme en mil pedazos cuando en el próximo polvo de Armando, el chico de turno me retuerza frenéticamente. Nadie sospecharía nada. El índice de suicidios entre las sábanas es muy bajo. Me llevaría el dolor producido por el engaño con la poca dignidad que en ese momento me quedaba.
- Perdona, pero si estás ahí mucho tiempo no creo que me encuentren.

Si supiese gritar, habría emitido el alarido más atroz que se pueda imaginar. ¡Un libro!. ¡Y me estaba hablando!. Me repuse a duras penas del susto inicial.

- ¿Qué haces aquí? Este no es tu sitio, esto es para ropa – en verdad le hubiera querido decir que me dejara en paz con mi amargura, que tuviera respeto por una sábana triste y engañada.
- Es una larga historia – dijo haciéndose el interesante.
- Pues cuéntamela, quizás así pueda conciliar el sueño.

Lo primero que aprendí de los libros es que no cogían las indirectas.
- A los dieciséis años, Mark me adquirió en una pequeña librería de Ámsterdam. Le noté azorado y supuse que yo era sólo un compromiso. Cuando llegamos a casa, me cogió con delicadeza y abriéndome dijo: “espero que merezcas la pena y no haya tirado los siete florines a la basura”. En dos horas me leyó, sintiéndose ávido de mí. Puedo decir sin modestia que se enganchó a mí. Me ha releído diecisiete veces, una al año. Me ha subrayado, ha escrito en mí sus pensamientos. Cuando tenía un problema, buscaba una solución leyéndome. He sentido los celos de los demás libros. Jamás ha consentido en prestarme, nunca se había desprendido de mí, hasta ahora.

El interés que me suscitó su historia me hizo no osar interrumpir al flaco libro amarillento y usado. Se le notaba la voz triste y cansada, quizás por el uso o por el abandono. Me sentí identificada con él.

- Conocí al chico moreno cuando era enjuto y no musculoso como ahora...
- Armando, se llama
- Conocí a Armando hace cinco años en casa de Mark. Me ojeó y me pidió prestado. Mark se negó. “Lo necesito”, dijo. Me sentí feliz y orgulloso. Armando quedó extrañado y como respuesta supe lo que yo era para Mark.
- ¿Y qué eras para él?
- Mark me compró fruto de la vergüenza. Salía de su primer cuarto oscuro y no soportaba la presencia de los transeúntes, así que entró en la librería queriendo liberarse de lo que él creía miradas acusadoras. Le maravillé. Desde entonces siente que yo soy parte de su identidad, de su vida. Y eso le contó a Armando. Que cuando no tuviese identidad o vida no me necesitaría y entonces podría prestarme o incluso regalarme.

Después de un silencio en el que se suponía que yo debía haber comentado algo, el libro prosiguió:
- Hace dos semanas Armando llamó a Mark pidiéndole ayuda.
- ¿Qué clase de ayuda?
- Hablaban de otro chico. Mark había amado a Armando, tal y como puedes leer en mi página setenta y cuatro. Dice “si alguna vez he de volver a amar que sea como he amado a Armando”.
- ¿Quién era ese otro chico del que hablaban?
- No sé quién es. Su nombre es Ramón. Lo escribió en mi página treinta y seis: “Ramón es como yo y los dos hemos de conquistarle”. Escuché a Mark accediendo a la petición de Armando, que no era otra que pasar por un amante suyo para despertar los celos de Ramón. Armando estaba enamorado y al oírlo, Mark dejó caer sobre mí lágrimas de emoción.
- Armando ama a Ramón. E hicieron el amor. Con tretas, pero lo hicieron. Era amor. Después de aquel primer polvo en el que Ramón se arrepintió de haber traicionado sus ideales, decidió apostar por la amistad, y de ahí, de compartir sus veladas con Armando y conmigo surgió el amor. El de la otra noche. El que yo sentí.
- Mark me ha dejado – sonó apenas imperceptible.

El libro no pudo seguir. Si los libros supieran llorar, aseguraría que lloró mucho. Yo, sin embargo, y aunque suene cruel, no pude dejar de sonreír. Es amor. Era amor. Será amor.

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