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conmuchasjotas

INMARCESIBLE

Dicen que todo el mundo tiene un precio: el mío es trescientas mil pesetas la noche.

La voz del teléfono sonó tan fría como siempre: “ cliente número trece: cuatro cero cero”. Seremos de lujo, pero nosotras también tenemos corazón y que simplemente nos suelten eso y nos cuelguen, sin preguntarnos que tal estamos, si necesitamos algo, si estamos felices es muy duro. Pero son gajes del oficio.

Busqué en mi agenda rosa la ficha del cliente número trece. Aunque sabía perfectamente quién era y qué quería, una es muy metódica y quise corroborarlo. Efectivamente era él y menos mal que nosotras no tenemos objeción de conciencia, porque yo una republicana de toda la vida...

Claro que sabes quien es

Cogí la caja correspondiente y saqué de ella el sujetador negro talla 95 que a él le gusta. Lo saqué cuidadosamente de su caja. No por nada especial sino porque me acababa de pintar las uñas y no quería que se me estropease. De repente me fijé. Una mancha blanca en plena copa izquierda del dichoso sujetador. Rauda salí hacia la cocina y sopesé diversas posibilidades de limpiarlo. Con agua y jabón lo froté, pero la dichosa mancha no salía. El reloj marcaba las tres y media, solo tenía treinta minutos para secar el sujetador y prepararme para el trece.

Con el secador de pelo intenté secar la maldita copa. La mancha no se había ido. No tenía ni idea de qué podía ser, pero sabía que me iba a traer problemas. Si el cliente no queda contento no veo un duro. Bueno, puede que sí, que vea un duro. El tío ese de la agencia que en estos casos viene y me da un par de ostias. Ese si que es “un duro”.

Los nervios se acumulaban, lo notaba en mi piel de gallina. Aunque también podía ser que estaba desnuda y hacía frío. O una mezcla de ambas cosas. Una es muy polifacética en cuanto a sensaciones.

La puerta sonó, guardé el secador debajo de la cama, me humedecí los labios y me excité los pezones sabiamente, que una es una profesional y de las buenas. Él me miró con su cara de baboso salido, apestaba a alcohol, eso sí, del bueno. Sus ojos brillaban probablemente por la coca.

- Hola
- ¡ Cállate zorra ¡ - y me soltó una galleta

Gemí como si me gustara pero en verdad me hizo daño. Este trabajo tiene más de actriz que de diosa sexual. Por eso me apunté a Arte Dramático en la escuela de Cristina Rota. Pero eso es otra historia.

Años de preparación.

El trece se desnudó torpemente, su equilibrio corría peligro prenda tras prenda y finalmente con el calzoncillo calló redondo al suelo. Cogí el sujetador con mancha incluida y se lo puse como a él le gustaba. La verdad es que yo sin silicona tenía menos pecho que él.

Él me cogió la cabeza y me la bajó con lo que tuve que responder con lo que quería. Vamos, que se la empecé a comer.
- ¿ Y ESTA PUTA MANCHA?

¡Qué susto me pegó!. Me levanté y como soy rápida en cuanto a las reacciones le sobé un poco y me fui a la cocina. Debía buscar algo de alcohol o de coca o de alguna droga de las muchas que tomaba. Pero ese día estaba limpia. No había ido ni al supermercado ni a mi camello particular. En la nevera sólo tenía una botella de sidra El Gaitero. Podría hacérsela pasar por un champaña de algún país lejano tipo Chile.

Sabes lo que pasará

Abro el botiquín y se me caen varios preservativos. En él sólo hay aspirinas y varios sobres de Frenadol. Tengo una idea: que se meta Frenadol por la nariz, es blanco. Podría machacar aspirinas pero después de los servicios suelo tener jaquecas.

Sabes lo que pasará.

Él estaba tirado en la cama con el rabo tieso y el sujetador con la mancha blanca puesto. Le ofrezco la sidra en una copa de champaña:
- Es champagne chileno, quizás te sepa raro.
- Lo he tomado muchas veces, qué te piensas.

Le preparo una ralla de Frenadol.
- ¿Te apetece?

Nunca lo rechazaría. Para que no notase nada se la comí un poco. Los hombres cuando se la están mamando suelen tener el intelecto en el rabo. Bueno, en general lo suelen tener ahí pero en ese momento, más aun.

Empezó a gemir de forma extraña. Conozco sus gemidos muy bien, intentó arrancarse el sujetador, la copa izquierda, la de la mancha blanca.

Sabías lo que iba a pasar.

Se quedó inerte de repente, inmóvil. Curiosamente la erección continuaba. Acerqué mi oreja a su pecho. El corazón no latía. Estaba muerto.

Le miré a la cara. Todavía se parecía a mí. El nunca supo quién era yo. Siempre estaba demasiado borracho para verme bien los rasgos. Por si todavía escuchaba le conté la historia.
- Soy tu hermano, gilipollas.

No le pegues, no le pegues, déjale, déjale

- Te dije que me vengaría. Pero no creas que me he cortado la polla y me he puesto tetas para vengarme. Eso siempre lo había querido hacer. Como has podido comprobar todo este tiempo soy más mujer que cualquiera que te hallas follado. Como disfrutabas. Como yo con Guido.

Guido murió, él lo mató. Sabías lo que iba a pasar.

- Sé que eres alérgico a la penicilina y a la manzana. No era champaña, gilipollas, era sidra El Gaitero. Y lo que has esnifado es Frenadol.

Le hablaba a la cara, mirándole a sus ojos, a mis ojos, a los ojos de papá. De repente le empecé a hacer los primeros auxilios.

La llamada de la sangre puede, la venganza es un plato menor.

No respondía a mis intentos de revivirle. Le insuflaba aire lo mejor que podía. Intentaba pasarle la vida que compartimos en el útero de mamá. Pero la mancha, la mancha, ahí estaba, tal y como estaba antes. Me dio asco, repugnancia. No podía verla. Intentaba cerrar los ojos pero mi cerebro se obsesionó con la mancha. Asco, repugnancia. Vómito. No podía vomitar, no debía. Pero lo hice, vomité mientras le hacía el boca a boca, cuando empezaba a recobrar la conciencia. Se ahogó con mi propio vómito.

Me levanté y fui al baño. Me duché, me froté hasta dejarme la piel roja. Lloré. Reí. Volví a llorar.

Llamé a la policía.

- Soy una puta asesina. Las dos cosas: puta y asesina.

Dicen que todo el mundo tiene un precio: el mío es trescientas mil pesetas la noche.

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